jueves, 23 de enero de 2014

El último par de zapatos.

Entonces me sorprendo a mi mismo embelesado viendo a alguien saliendo de su casa, y a veces no puedo evitar pensar que podría morirse en un minuto. Y le va a llegar tan de repente, y su ultima cena habrá sido un desayuno de huevos y arepa recalentada. En el colegio no había cancha de fútbol, por lo que salíamos a una cancha publica a seis cuadras del colegio. Una mañana llegando a la cancha vi un tumulto de gente, ya sabia de qué se trataba. Me acerqué como todos hasta el tumulto y me hice un espacio hasta ver un cuerpo al lado de una motico tirada en el suelo. Tenia una sábana encima pero se alcanzaban a ver unas piernas delgadas y muy jóvenes, como de una jovencita. No pude evitar pensar en que hacia unos minutos esa niña ni se lo imaginaba, pero ahora está en el otro mundo. Uno no sabe si la muerte le va a llegar de repente, cualquier momento. Puede pasar. Y nada. Pasa. Nada que hacer. El cuento es cuando la muerte no te visita sin aviso, sino que se hace esperar, cuando empiezas a ver que la vida se te va desvaneciendo y ese momento que te enseñaron a temer comienza a ser un secreto y mal visto deseo. Es entonces cuando pienso que en un caso y en el otro, en el de la niña bajo la sábana y en el de el anciano que ora por su alma, hay una cierta injusticia. Ninguno decidió cuándo quería morir. No escoges el día, ni el lugar ni la familia en la que naces. Es imposible. Pero ese azar parece extenderse también al cómo y al cuándo morir. La muerte parece ser una inevitable tragedia que no sabemos cuándo llegará, y no se nos ocurre que pueda ser una alegre y agradecida despedida de este mundo. Bien lo decía Magorian: "Me voy porque se me terminó mi ultimo par de zapatos".

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